sábado, 28 de abril de 2012

Por tierras andaluzas

La primera de las presentaciones en Andalucía se celebró en Sevilla. En concreto, en los salones de la Fundación Cruzcampo que está realizando una magnífica labor de difusión cultural. Su presidente, Julio Cuesta, es un tipo afable y culto con un magnífico verbo que me hizo pensar al decir que después de mi muerte, perdurarían mis novelas. Y puesto que no soy el único que tiene en cuenta aquellas palabras de Franklin que venían a decir que para perdurar más allá de la vida, hay que escribir obras dignas de ser leídas o hacer cosas dignas de ser escritas, pues como que no dejo de darle vueltas al asunto.
En Sevilla jugaba casi en casa y los amigos respondieron a mi llamada. Más de doscientas personas llenaron el salón y se acabaron los libros, lo que nunca me había ocurrido y que dudo que vuelva a pasarme. El maestro de ceremonias fue Manuel Pedraz, un periodista cultural de raza con una preciosa voz, de los que cada vez van quedando menos. Cerrando los ojos, me parecía estar escuchándole en uno de sus magníficos programas de Radio Nacional. Al final, mientras un servidor dedicaba libros, los asistentes bebieron alguna que otra cerveza, espero que a la salud de mi novela. 
Al día siguiente, después de cumplir con mis quehaceres laborales, conduje hasta Málaga. Llegamos a la Casa del Libro justo a la hora anunciada para la presentación. Ya andaba por allí mi presentadora Gabriella Campbell, colaboradora de Lecturalia, que estuvo muy concisa y precisa en su exposición. Como ya he comentado en alguna ocasión, escuchando a los lectores hablar de mi novela, sigo descubriendo aspectos de la historia que se me habían escapado, con lo que cada vez tengo más claro que, una vez publicada, la historia imaginada deja de ser del escritor. Una cervecita -la mía, sin alcohol- con los amigos y de vuelta a Sevilla.
Algo parecido ocurrió el día después, esta vez rumbo a Granada donde llegamos con algo más de tiempo a la librería Picasso. Al igual que en Málaga, el numeroso público estaba formado en su mayoría por caras conocidas. Alguna que otra vez se lo he oído decir a mi editor: a los verdaderos amigos se les reconoce porque van a los entierros y las presentaciones de los libros. Y es posible que no le falte razón. 
Javier Barrera, un curioso donostiarra, periodista en El Ideal protagonizó la presentación más divertida de todas al realizar una auténtica performance. Cuando se quitó su chaqueta de motorista, llevaba puesta una camiseta de la Real Sociedad, pero acto seguido se enfundó otra del Athletic que guardaba en su mochila y, de esta guisa, esbozó las líneas argumentales de la novela. Tras las firmas, cervezas en el bar de la calle Gracia de mi amigo Paco y regreso casi de madrugada a Sevilla. Había que dormir rápido para trabajar por la mañana y tomar el AVE por la tarde con destino a Madrid.

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