jueves, 23 de febrero de 2012

El romántico errante

Entre los múltiples personajes que me he encontrado en la época en la que se ambienta La ciudad de los ojos grises está el escultor Nemesio Mogrobejo, a quien incluyo en la cuadrilla del protagonista.
Sobre Nemesio he escrito una pequeña autobiografía novelada, inspirada en el opúsculo Nemesio Mogrobejo. Su vida y sus obras escrito por Juan de la Encina, seudónimo de Ricardo Gutiérrez Abascal.
Así empieza:
                         Graz (Austria), 6 de abril de 1910

Apenas puedo respirar. En realidad, el aire poco me importa. Empezó a agotárseme el mismo día que Paula se fue. Los médicos dicen que mi tuberculosis está muy avanzada, que me corroe los pulmones y los intestinos. Yerran en su diagnóstico. De lo que sufro es de mal de amores. Un mal del que me estoy a punto de curar… porque, en breve, me reuniré con mi amada.
            No me asusta la muerte. ¿Por qué habría de hacerlo? He convivido con su guadaña desde antes de mi nacimiento. Fui concebido en plena guerra carlista, mi padre murió antes de que yo viera la primera luz tras haber enterrado a cuatro hijos, y aún no había cumplido los doce años cuando perdí  a mi madre. Por no hablar de los amigos que adelantaron su cita con la parca… ni del fruto de mi amor con Paula, mi pequeño Nemesio, mi único vástago, que no pudo soportar la ausencia de su madre y marchó en su busca a los pocos meses de nacer.
Quizás esté escrito en las estrellas de mi destino. Yo vine al mundo en el número 1 de las Calzadas de Mallona. Las mismas que conducen al cementerio de Bilbao. En mi niñez he visto pasar decenas… cientos de cortejos fúnebres desde la ventana de mi casa. Y es que, aunque todo el mundo emprende el camino del camposanto desde el preciso día que nace, en mi caso la metáfora cobra un realismo malévolo y sardónico.
Mi vida y mi obra están cinceladas por el dolor, si bien también hubo dos remansos de felicidad. Eso sí, demasiado efímeros. Del primero, apenas me quedan retazos en la memoria. Pertenece a mis correrías infantiles en mi ciudad natal. El segundo no me abandona ni un solo día. Aún vaga por las calles mágicas de París, durante los dos años en que ella correspondió a mi amor.
Aún no he dicho que soy… que fui escultor. Aunque, en realidad, lo sigo siendo. Si bien mis manos ya carecen de la fuerza necesaria para acometer una nueva escultura, mi espíritu sigue esculpiendo obras que ya nunca saldrán del taller de mi imaginación. Mi nombre es Nemesio Mogrobejo, acabo de cumplir siete lustros y he errado por media Europa. Antes de emprender mi último viaje, quiero contar mi historia.

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