viernes, 28 de septiembre de 2012

En La Vanguardia

Todos los colores de Bilbao
Intriga histórica. Dos propuestas entre la novela negra y el retrato de época, ambientadas en la capital vizcaína de principios del siglo XX.

LILIAN NEUMAN
Una de estas dos novelas está protagonizada por un fotógrafo. La otra, escrita por un escritor que también cultiva la fotografía. De ambas se recordará una certera sucesión de imágenes. En la narración del escritor y fotógrafo Félix G. Modroño aparece un joven profesor de latín en un lugar muy luminoso de Bilbao. Ciudad que, como le cuenta al protagonista, abandonará en breve puesto que le han otorgado una cátedra en la Universidad de Salamanca. Y por allí, se aleja, tranquilamente, Miguel de Unamuno, uno de los muchos importantes personajes de una ciudad que en ese tiempo, y hasta el principio de la primera gran guerra, vivía su belle époque. Un escenario pujante, que se engrandecía y se poblaba de industriosas fortunas, se llenaba de ideólogos de todas las consignas, y donde -como también refleja la novela de Gonzalo Garrido- anidaba el espionaje.
La ciudad de los ojos grises es una historia de amor, un melodrama de juventud y madurez entre dos guerras. Modroño lleva a cabo una precisa interpretación del cambio de fisonomía de la ciudad y de sus secretas corrientes de energía. Partiendo de un relato de crimen y silencio, y con un personaje maduro que rememora su vieja historia de amor (con un inolvidable colofón en el París de Maurice Chevalier, un día antes de que Alemania le declarase la guerra a Francia, el 3 de agosto de 1914), todo se contempla -y se analiza- con los ojos de un viajero que regresa de su largo exilio. Este autor, que tiene un ejemplar de La ciudad de los prodigios dedicado por su admirado Eduardo Mendoza, le ha dado a Bilbao su novela de formación como ciudad.
Fotografía y crimen
En ese mismo principio de siglo XX, en 1917, comenzaban a notarse los ecos de la tragedia europea a pocos pasos. Pero la vida continuaba, también para ese bicho raro llamado Alfredo Maldonado, un fotógrafo con especial ojo para el crimen (como aquel Weegee que siempre llegaba primero al lugar del crimen en Nueva York). Y en el caso de este crimen en particular, será mucho más que un narrador gráfico. Se trata del asesinato de una niña, la hija de una de las grandes fortunas de la ciudad. Y, aunque parezca horrendo, hasta sus propios padres son sospechosos; la misma pareja que años atrás convocó a lo más selecto de la sociedad bilbaína para su boda en París (encantador relato del autor, con los sastres cosiendo sin parar).
Pero este libro no sólo habla de ricos. Habla, también, de pobres y de miserables, y de las reuniones de la logia masónica (y de su historia en España), de jesuítas y de policía, de gente perturbada y de calles vacías e inquietantes. No tiene esta ciudad menos presencia que en la novela de Félix G. Modroño. Al contrario. Y cuenta con un habitante muy singular: ese fotógrafo con amante fija, un tipo que, por encima de esa esposa con la que se lleva horriblemente mal, y por encima de sus escabrosas peculiaridades (y de ese socio suyo que se ofrece, amigablemente, a romperle las piernas (sic) a la mujer si ésta lo fastidia mucho), encanta con sus opiniones, usos y costumbres. Por ejemplo, la de reunirse con ese grupo de amigos -la Peña Barreda-, formado por tipos cultos, locos o macabros. A la vez, el retrato de la familia Krüger al completo no es menos fascinante. Huelga decir que, como le sucede al héroe de la novela de Modroño, investigar donde no le llaman puede traer serios problemas.
La ciudad de Garrido es de un hiriente blanco y negro. La otra Bilbao, la de Modroño, se recordará más azul, sin duda por aquella hermosa historia de amor que, como en Casablanca, era el único color posible entre tanta amenaza gris.

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