jueves, 26 de julio de 2012

Los lectores

No se amilanó ante los ochocientos metros del muelle de hierro. Uno a uno los fue recorriendo mientras la brisa se enfriaba.
Los labios de las olas rozaban la estrecha franja de arena como sin querer, sabedores de que de aquel beso entre el mar y la tierra no podía nacer espuma blanca. No, ese día no. Se hacía necesario preservar el gris del agua; el cielo así lo dictaminaba con su reflejo y su dolor. Alfredo perdió la vista en el horizonte, allí donde el paisaje se confunde con los pensamientos.
Todas las fuerzas de la naturaleza parecían haberse confabulado para teñir de gris el mar, para teñir de gris el viento. Alfredo elevó la mirada y sonrió, como agradeciendo el guiño. Ese gris no era otro que el de los ojos de Izarbe.
Este es uno de los pasajes que habrán leído los lectores de La ciudad de los ojos grises... los miles de lectores de La ciudad de los ojos grises. Cuando uno está creando una novela, busca que la historia sea creíble, en construir los personajes, en escribir las metáforas adecuadas... y, de una manera o de otra, anhela que esas páginas que hace un momento estaban en blanco, lleguen al corazón de quienes -quizás- algún día las lean. Porque no nos engañemos: a todos los escritores nos gusta que nos lean. 
Por eso, cuando uno puede contar sus lectores por miles se siente afortunado, sin ser muy consciente de lo que eso significa. Supongo que para llegar hasta aquí han influido muchas cosas, entre otras: la suerte.
En cualquier caso, me siento muy feliz de que La ciudad de los ojos grises se haya colado en tantos hogares y de que sus páginas estén siendo acariciadas por tantas manos. 
A todos mis lectores, solo puedo decirles: gracias... de corazón.

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